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sábado, 29 de agosto de 2009

Ruanda, 2007. Relato de un documental


Ruanda, abril 2007
Relato de un documental


Ruanda es un pequeño país del tamaño de Galicia enclavado en el corazón de África; rodeado por Uganda, República Democrática del Congo, Tanzania y Burundi reúne algunas cifras récord: país africano con mayor densidad por (343 hab/km2) y una de las tasas de natalidad más elevadas del mundo (5,43). Pero tal vez sea su pasado reciente que lo convierte en un lugar singular: trece años después del genocidio que acabó con un millón de vidas en tan sólo cien días. Hoy, Ruanda quiere enterrar definitivamente sus muertos y mirar hacia el futuro.


Lo que se ve...

Reina a lo largo y ancho del país una sensación de paz; las carreteras – en envidiable estado muchas de ellas –discurren entre las hermosas y verdes colinas. En el asfalto, los controles regulares de policías previenen cualquier tipo de exceso. En Kigali, en las calles limpias y asfaltadas en su gran mayoría, la vida parece discurrir con el frenesí propio de cualquier capital normal. Trece años después de una guerra que destruyó gran parte del país y de su población, ¿se puede hablar de milagro rwandés? Resulta difícil olvidar lo que ocurrió ese aciago 1994...


¿Qué pasó?
La población ruandesa está compuesta por una mayoría hutu (84 %), una minoría tutsi (cerca del 15%) y una parte menor de twa (población pigmea que ocupa entre el 0,1 y 0,8 % según distintas estimaciones). Antigua colonia belga, tras la independencia los hutus toman el poder y durante estos primeros años se cometen las primeras matanzas contra los tutsis; unos 150.000 huyen a los países limítrofes. Paralelamente, en Ruanda, desde los años 60 se va estableciendo una política de rechazo, separación y discriminación socio-económica hacia los tutsis; la ideología hamte, de corte racista, consagró sus principios en diez mandamientos que prohibían entre otras cosas, hacer negocios con los tutsis y menos aún, celebrar bodas inter-étnicas…



Para facilitar la distinción, los documentos de identidad instaurados mencionaban claramente la pertenencia a uno u otro grupo (los twas, por ser tan minoritarios y fácilmente reconocibles, se mantuvieron al margen de la contienda).

Los belgas hicieron estudios antropomórficos para distinguir adecuandamente a los hutus de los tutsis; éstos de facciones más finas y nariz recta, llegaron a formar la élite bajo el mando belga

Aunque tras el golpe de Estado del general Habyarimana, en julio de 1973 el país parece gozar de cierta estabilidad política y económica, a final de la década de los 80 la situación se degrada.

Vista de Kigali, la capital

En 1990 el Frente Patriótico Rwandés, formado por tutsis exiliados, parte desde Uganda para emprender la reconquista del país, causando diversas matanzas, seguidas por represalias por parte del gobierno. Sin embargo, en 1993 se firma un tratado de paz (Acuerdos de Arusha) y se crea un gobierno de transición compuesto por hutus y tutsis. En noviembre de este mismo año, llega al país un dos misiones de la Naciones Unidas encargadas de velar por el cumplimiento de los acuerdos.

Paisaje en el país de las mil colinas...

Sin embargo, en el seno del gobierno de Habyarimana no hay unanimidad. La facción más radical en el poder crea una milicia hutu, los Interahamwe, entrenada y equipada por el ejército y armadas con machetes, azadas, hachas, cuchillos y martillos además de granadas y rifles de asalto. Sus 30.000 miembros están cuidadosamente distribuidos por todo el país. Se distribuyen, además, a estas nuevas milicias y a los encargados del ejército listas de tutsis u opositores hutus (los que abogaban por la ‘línea blanda’) que hay que eliminar.


Interahamwe, milicia hutu, durante su jornada de trabajo

Por su parte, la radio Radio Televisión Libre de las Mil Colinas (RTLM) emite cada vez mensajes más claros, fomentando el odio e incitando a lanzarse a la “caza del tutsi”, apodados “cucarachas”.

La tensión llega a su punto álgido cuando comienza a correr el rumor de que los tutsis estaban planeando una matanza masiva de hutus. Paralelamente, entre enero y marzo del 94, el general Dallaire, comandante de la misión UNAMIR, envía varios comunicados al cuartel general de la ONU advirtiendo de las acciones que se están preparando por parte de las milicias. Sin embargo, la respuesta por parte de Koffi Anan, responsable en ese momento del Departamento de Operaciones para el Mantenimiento de la Paz de la ONU, redunda en una no-intervención por parte de la fuerza de paz
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A estos desordenes políticos se añaden los problemas ocasionados por los desplazamientos de población: un millón de refugiados internos – en su mayoría hutu – han huido de sus lugares de origen frente a los ataques del FPR.El 6 de abril, a las 21:00 el avión que transporta al presidente Habyarimana y al presidente de Burundi es derribado por un misil tierra-aire. Pocas horas después empiezan las primeras matanzas. Rápidamente, el país se sumerge en una espiral de sangre. El contingente de las Naciones Unidas – una fuerza de paz, por lo tanto, no armada - se ve incapaz de detener el conflicto y tiene de todos modos, orden expresa de no intervenir.

Radio Mil Colinas anima a sus seguidores a acabar con los tutsis






Llueve...

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Finalmente, tras la matanza de diez cascos azules, el Consejo de Seguridad decide reducir los efectivos de la UNAMIR: pasando de 2.539 soldados a 270.
Los occidentales son repatriados y los franceses crean en el sur-oeste la zona Turquesa, un controvertido corredor humanitario – vía de escape para los genocidas, según algunos - aprobado por el Consejo de Seguridad el 22 de junio.

Muchos tutsis, ante el peligro, se refugiaron en iglesias... y muchos curas hutus los entregaron a los verdugos...

Gracias a la Operación Turquesa, un pasillo humanitario organizado en el sur del país, los occidentales pudieron salir (y también muchos genocidas, según las malas lenguas)



Mientras, la Cruz Roja anuncia que el número de víctimas asciende a medio millón.
A mediados de julio, el FPR que ha ido reconquistando el país perpetrando diversos ataques, entra en Kigali obligando al gobierno a huir hacia Zaire. Dos millones de hutus, por lo menos, se instalan en campos de refugiados en el país vecino.


El FPR forma un gobierno interino de unidad nacional y los franceses se retiran delegando su misión a tropas etíopes. Aunque la enfermedad y los asesinatos pronto diezman miles de vidas en los campos de refugiados, se considera que el genocidio ha terminado.
Los hutus se van de vacaciones...
Cerca de dos millones de hutus, así como la cúpula del gobierno, huyen a los países vecinos, sobre todo al ex Zaire


¿Y ahora? Lo que hemos visto...
Haciendo limpieza...
Un operario apila calaveras en Ntarama, en el monumento dedicado a las víctimas del exterminio de Ruanda
La situación no es sencilla. En cada familia, hay una víctima, un criminal o un colaborador… son muchos los supervivientes que saben quien mató a sus seres queridos o quien los denunció; ¿se puede perdonar? “Ellos no han pedido perdón”, contestan muchos de ellos. Sin embargo, conviven, muchas veces lado a lado, porque “Hay que seguir adelante”, según afirman muchos. “La gente, se saluda, convive, pero no sabes lo que hay en su corazón”, apunta Condo Viateur, responsable del archivo audiovisual de uno de los Centros de la Memoria del genocidio; “y aunque a veces te gustaría, decides no tomarte la justicia por tu
cuenta”, añade. “Estaba allí. Tenía 7 años. Mataron a mis padres y a mi hermano”, declara Freeman Kayalph, un estudiante de 21 años. Pero, “hay que seguir”.

En 1995 la violencia vuelve a resurgir: el ejército de la República Democrática del Congo (antiguo Zaire) intenta expulsar a los exiliados hutus; 14.000 personas son devueltas a Ruanda, 150.000 huyen a las montañas. Según diversas fuentes, el ejército rwandés interviene... Además de la violación masiva de mujeres, se calcula que medio millón de personas fueron víctimas de esta nueva masacre.

Y por parte de las víctimas, ¿no hay riesgo de venganza hacia sus antiguos verdugos? Tal y como señala Marie-France Collard, una cineasta y autora belga que ha trabajado durante diez años con un grupo de teatro rwandés, “los gérmenes están ahí.” Sin embargo, apunta, Condo, “El gobierno nunca permitiría que esto ocurra; persigue cualquier acto de discriminación.” Y de todos modos, “lo que yo he vivido, no se lo deseo ni a mi peor enemigo”, afirma Oswald.

Muchos supervivientes saben quien mató a sus seres queridos...
“Lo principal, es la seguridad”, apunta Climent, un joven coger de 21 años que sueña con estudiar en alguna universidad americana. “Hay paz”, es la conclusión de muchos.
Ruanda, una nación con los ojos clavados en un futuro que sólo puede esperar que sea mejor que lo ha dejado atrás.

Hay que seguir, dicen muchos...





El documental que se rodó se llama 'Flores de Ruanda'. Ha ganado más de 23 premios en festivales. Para más información o compra de una copia: http://www.floresderuanda.com/